Navegando por el Estigia

Cerbero nos da paso y Caronte nos espera. ¿Traes tu moneda en la boca? Aquí, en el Hades, la vida es más tranquila. Los pensamientos fluyen, locos, sin principio ni fin, sin pies ni cabeza, bastante tienen con guardar la compostura al otro lado de la morada.

miércoles, junio 09, 2004

Creo que, poco a poco, me he ido acomodando a la situación de constante espera que es la vida.
Alguien dijo que la vida no es más que el escenario al que nos arrojan con el ánimo de que interpretemos el papel asignado, el guión que ni siquiera conocemos pero el que, al estilo pirandelliano, dotamos de sentido, o eso creemos.
Para mí, aquella es, más bien, una sala de espera, o de desesperación -una no existe sin la otra-.
Pasamos los años, los meses, e incluso los días, esperando. Esperamos que se cueza la pasta, esperamos el final de una jornada laboral, esperamos verle por la tarde, esperamos una llamada; desesperamos por la salida de una nota, desesperamos por un cambio que no llega y desesperamos por la vida misma.
La espera más agónica, sin duda, y aglutinadora, ciertamente, de todas ellas no es más que la de la felicidad, extraña palabreja que encierra en nueve letras conceptos que nadie ha logrado definirme. Posiblemente, hay tantos millones de entendimientos sobre este bien supremo como personas pueblan la superficie del planeta.
Qué fácil, y absurdo, sería si nos enseñaran a encontrarla desde el colegio, al igual que las derivadas o las oraciones compuestas. Todo sería mucho más sencillo.
Sin embargo, es la desesperación ante su alcance la que nos enseña a encontrarla, a cambiar el encuadre de nuestra cámara, a tomar el camino más adecuado, pues no perfecto.
La felicidad se encuentra en las pequeñas cosas, en los actos cotidianos que construyen nuestra vida bajo la mirada perdida de nuestros ojos, desde un sabroso plato a un beso robado en los albores del día.